Saint-Fons

El Pesebre, el Calvario y el Tabernáculo -decía el padre Chevrier-, ¿no son los centros a los que todos los hombres deben acudir para recibir la vida y la paz, y desde allí ir a Dios?" (Le Véritable Disciple, p. 104).

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En 1866, después de la fiesta de la Asunción -cuenta el padre Jaricot-, el padre Chevrier se llevó a doce de sus hijos -yo era uno de ellos- para hacer un retiro [en Saint-Fons] en esta soledad predilecta. El pequeño establo fue elegido como oratorio y transformado. El padre Chevrier puso en el catre un pequeño Jesús, parecido al del Prado. Comenzó las inscripciones, que completó más tarde y que aún pueden verse allí. Este era nuestro lugar de reunión y de oración" (Jean-Claude Jaricot, Procès de béatification, t. 3, art. 139).

El contexto era el de una fundación. "El padre Chevrier tomó consigo a doce de sus hijos" para llevarlos a la montaña de Saint-Fons, donde a él mismo le gustaba retirarse de vez en cuando en soledad. El número "doce" recuerda evidentemente la institución de los Doce por Jesús en el monte: "Jesús subió al monte -escribe san Marcos- y llamó a sí a los que quiso. Ellos vinieron a él, y él designó a doce para que fueran sus compañeros y para enviarlos a predicar, con autoridad para expulsar demonios. Nombró, pues, a los Doce", y a continuación el evangelista da sus nombres (Mc 3, 13-19).

El cuadro de Saint-Fons, de Le Véritable Disciple. Cuando se abre este libro que el padre Chevrier, fundador del Prado, escribió para la formación de sus futuros sacerdotes y, más ampliamente, para todos aquellos que desean seguir el camino del Evangelio, se observa que hace referencia varias veces al cuadro de Saint-Fons.
En su estudio de los Títulos de Jesucristo, hablando de Cristo como de un "centro hacia el que todo debe converger", escribe: "¿No son el catre, el Calvario y el Tabernáculo centros a los que todos los hombres deben dirigirse para recibir la vida y la paz, y desde allí ir a Dios?" (El verdadero discípulo, p. 104).

En su capítulo sobre la renuncia al propio espíritu, el padre Chevrier escribe: "Los santos sacaron toda su inspiración y sus pensamientos del amor infinito de Dios -Dios es amor- en el catre, en el Calvario y en el sagrario, que son los tres grandes faros por cuya luz debe conducirse un verdadero discípulo de Jesucristo" (El discípulo veraz, p. 228). Podemos comparar esta reflexión del padre Chevrier con las palabras de Jesús en el Evangelio según san Juan: "Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8,12). Esta luz que es Cristo resplandece para nosotros particularmente en estos tres lugares, que son también tres momentos sucesivos del destino de Jesús: el catre, lugar y tiempo de su nacimiento; la cruz, lugar y tiempo de su sufrimiento y muerte; la Eucaristía, lugar y tiempo de su presencia más allá de su muerte. Y aquí ya vemos lo paradójico de la afirmación del padre Chevrier: en Navidad, Jesús, según el Evangelio, nació de noche; cuando Jesús murió en el Gólgota, las tinieblas, se repite, habían caído sobre la tierra y, en la Eucaristía, el Dios de la cuna y de la cruz está aún más oculto. Y, sin embargo -dice el Padre Chevrier-, si fijáis allí vuestra mirada, si os tomáis el tiempo de meditar estos misterios para que revelen todo su sentido, descubriréis que es aquí donde el amor de Dios se nos manifiesta más intensamente.

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 Véase la descripción adjunta.